Una nueva imagen del amor
«Mil veces buscó los ojos de ella, y mil veces ella encontró los suyos. Era una especie de danza triste, secreta e impotente».
Seda, Alessandro Baricco
al comienzo del año 1886 Japón declaró oficialmente lícita la exportación de huevos de gusano de seda. en el siguiente decenio, sólo Francia llegaría a importar huevos japoneses por diez millones de francos. salvándose de las nuevas epidemias de la zona, industria y belleza planeaban un futuro esplendor. los diseñadores franceses expandieron el kimono mientras leían Madame Bovary. nacía la escritura del yo. varias regiones de oriente y occidente adoptaron el punto de vista de la primera persona. Natsume Soseki estudiaba arquitectura y aún faltaban algunos años para que escribiera Soy un gato. estamos en los inicios de lo que conocemos por educación sentimental. algunos años antes en 1878 el señor Muybridge ganaba una apuesta demostrando con su zoopraxiscopio que el caballo tenía un instante en el aire a medida que galopaba, mediante una secuencia de 12 fotografías. varias regiones de oriente y occidente adoptaron técnicas para reproducir imágenes en movimiento. nacían las llamadas exposiciones universales. pronto los hermanos Lumière no tardaron en proyectar una salida de obreros de una fábrica. estamos en los inicios de lo que conocemos por cine. imaginemos que en ese tiempo se conjuraba un ritual cósmico y sincrónico en favor del gesto. imaginemos, por un momento, que todas estas tecnologías mágicas no buscaban progresar, sino esconder. que no buscaban realizar, sino que querían hacer perdurar la fantasía y la sombra. la revancha de la noche contra el siglo de las luces. imaginemos que nos querían enseñar una nueva imagen del amor. barajemos la posibilidad de que toda la manía amorosa de los seres vivos era una simulación, un confundirse en la marejada sentimental y en la corteza oscura del paisaje, que eso justamente era lo más valioso. aquel oro brillante de lo que no sucedió, pero que continúa ahí resonando, que proyecta su película: el rollo, la repetición. por qué una mirada vale la eternidad. por qué quisimos la mano fugitiva que nos fue sustraída. por qué confiamos en ese saber erótico que quizás revelará el secreto a través de sus rendijas. es la locura de creer que ahí detrás hay una reserva de libertad que no se parece a ninguna: ese deseo que guió a Orfeo a voltearse, sólo para ver a Eurídice desvanecerse a punto de cumplirse el milagro. cuando el gesto nos llama, con toda su aura en una carta de tarot o en la mano de alguien, nos recuerda a toda esa vida que no se nos devolvió pero que bruscamente nos fue dada. el gesto oscuro de una retirada y una promesa de volver.
[Las noches negras de Javiera Gómez y André Strahinja Bousquet en Espacio Azul Petroleo]