El cauce de lo real
Ya son casi las 8.30 pm. Temprano en la tarde salimos a caminar por un sendero muy lindo, que ninguno conocía, y llegamos a un faro. Desde ahí arriba se veían gaviotas, quebradas y el mar, y cómo las rocas daban forma a las olas, al mismo tiempo que se formaron por ellas. Pensé, entonces, que lo posible es el intento de predecir esa forma, y lo real es en lo que esta deviene finalmente; que lo que provoca el movimiento y forma de la marea es también el borde con el que choca la ola.
¿Acaso tocamos tierra? ¿El agua en la ciudad toca su tierra?
Pero no me atrevería a hablar de ello como un límite, sino más bien como una constelación. ¿No son esencialmente incompatibles los límites y fronteras con lo impredecible del devenir y de lo real? ¿Acaso existe un límite para la potencia de las mareas, o piensa en una frontera el mar cuando desborda las costas en toda su intensidad?
¿Tiene la visualidad cauces coherentes? ¿Consistentes? ¿Restaurativos?
La realidad es algo así como la representación, la imagen (mental, fotográfica, de cualquier otro tipo) que se saca y se guarda de ello. Pero lo real es todo al final, y nada. ¿Por qué existen el mar, las olas y las rocas? ¿Por qué estamos nosotros, de lejos, observando? Las olas y las rocas sólo necesitan lo real, por eso están tranquilas. Yo, al parecer, me pierdo en lo posible, y eso es lo que me da miedo. Quizás ese sea el origen de todos los miedos: lo posible “para bien” o “para mal”. Una dimensión aparte, más cerca de la realidad –la imagen– que de lo real –lo visual.
Creo y sospecho de los formatos, como creo y sospecho de las instituciones.
El otro día escuché que el miedo es rumiante y la intuición da tranquilidad. Pero a veces la probabilidad logra atravesar esa tranquilidad, por lo que la definición tampoco parece ser el camino para llegar a la misma. Lo real, esa visualidad que no se agota en lo visible, requiere de una forma abierta de andar: derivar: dar un salto al vacío para, desde ahí y quizás sólo desde ahí, poder ver y conectar con todo lo de lleno y de abundante que hay en el universo. Abrirse al flujo de lo real es entender que imagen y visualidad no son lo mismo, que “gran parte de lo que llamamos imagen es ajeno a lo visible, o netamente invisible” (Curto, 2012). Que la tranquilidad se encuentra cruzada por el deseo, que la nostalgia también puede ser con felicidad.
La memoria es más un caos de espirales aleatorios que un hilo narrativo, o un continuo lineal.
Parece necesario despojarse de correspondencias, deseos, expectativas, y abrirse a crear sin narrativa, sin línea editorial. Es en la apertura del sistema donde ocurre la intrincada correspondencia de las rocas con el mar, de la imagen con lo visible, de lo posible con lo real. Ahí es donde se da el calce. Entonces, quizás, todas nuestras realidades no sean otro momento de lo real, sino sólo posibles que devinieron en predicciones inútiles, espacios fronterizos, imaginarios cerrados, visualidades agotadas.
La narrativa lineal es una trampa. La definición única igual.
Como escribió Ariel Guzik, “Quizás derivar sea ahora la forma más segura de transitar, de romper certezas y de propiciar encuentros. Hay en la idea de esa travesía sin rumbo una paradójica sensación de sobrevivencia. Representa para mí una fuerte esperanza”.
Marzo 2023
Cauces / intersticios de Cristian Toro Ulloa en 550