Tumbas
B. Cuando escribí Lucinda no tuve a la vista esta serie de pinturas, realizadas en Inglaterra a finales de los 90. Habría dicho que estas tumbas floridas son las formulaciones más antiguas de lo que llamé en mi ensayo los «espacios-piscina», para significar la estructura geométrica, lapsaria y lacunar, que pone en escena Natalia y que es tan reconocible en sus cuadros como los triángulos isósceles de Hopper o los redondeles de Bacon. Algunas tumbas de la serie están incluso inundadas.
A. Cuando vi esta tumba con la luz del sol apoyada contra un muro en el jardín del taller de Natalia la pintura se proyectó en el espacio como una extensión del paisaje. Una obra donde los colores son el abono de la pintura en tonos verdes y tierras, como los que rodean a la Ofelia de Everett Millais mientras su cuerpo flota inerte en el agua.
B. Al mirar esta pintura se me viene a la cabeza «El entierro de los muertos», la primera parte de La Tierra Baldía de Eliot, donde el hablante es un muerto que ve crecer las plantas y flores desde abajo. Eliot, además, compuso su poema empleando la técnica del montaje sintético, y creo que la fragmentación y la yuxtaposición es un dispositivo que está presente igualmente en esta pintura. Una tumba, por lo demás, es el significante a la vez de lo discontinuo y de lo que se recompone en otra parte.
A. Al mirar esta pintura yo siento el vértigo de estar a los pies de una tumba, contemplando la muerte en picada. Estoy ahí, frente a ella, pensando en el plano abatido (o en el abatimiento), y recuerdo los versos del poema Soy vertical, pero preferiría ser horizontal de Sylvia Plath: «para mí es más natural estar tendida… entonces los árboles podrán tocarme por una vez, y las flores tendrán tiempo para mí».
Bruno Cuneo / Amalia Cross