grietas de metal

Si el espacio es infinito estamos en cualquier punto del espacio. Si el tiempo es infinito estamos en cualquier punto del tiempo.

Jorge Luis Borges

La exposición Arqueología para día futuros de Macarena Cuevas en Galería L.I.A.M. está compuesta por seis piezas escultóricas en metal, en su mayoría suspendidas sobre soportes fijados a muro, y una animación en video presentada en pantalla LED, que reproduce fragmentos literarios de ciencia ficción y piezas escultóricas 3D en escenarios espaciales. Esta instalación videográfica, que sitúa y otorga un relato al sesgo enigmático de las obras de Macarena Cuevas, pertenece a la artista Valentina Maldonado, quien participa de forma colaborativa en la exposición. De este modo, coexisten objetos metálicos concretos y digitales, que abren interrogantes sobre su procedencia y significado.  

Las esculturas de Macarena Cuevas poseen un carácter ambiguo que habita distintos planos referenciales. Todas ellas encarnan una relación modernista con la escultura, marcada por la exploración de variables formales y materiales, y a su vez evocan imaginarios futuristas vinculados al mundo de las máquinas o las aleaciones de la materia en el espacio. En palabras de la artista: «parecen provenir de un sistema desconocido; me llevan a la idea de una civilización perdida del futuro; son objetos que no tienen un lugar en el tiempo, de ahí viene el título de la exposición». Los detalles de estas piezas contribuyen a perfilar las posibilidades imaginativas de aquello que falta: por tratarse de restos arqueológicos, fragmentos de ruinas de un espacio y tiempo extraviado, nos llevan a interrogantes que sólo pueden ser formuladas de manera provisoria. Por esta razón, la propuesta expositiva nos invita sobre todo a imaginar. El lugar de la artista, en ese sentido, es el de quien juega a inventar un contexto absolutamente arbitrario, hecho de reliquias que contienen la ambivalencia de ser a la vez tesoros y desperdicios.

La dimensión técnica y material de la muestra está directamente vinculada con el sentido que proyecta. La artista lo plantea como una secuencia de descubrimientos que remiten de manera persistente a la noción de arqueología: desde los métodos de trabajo hasta la consumación y exhibición de los objetos escultóricos. Puede tratarse de remanentes industriales enaltecidos o bien del rescate de minerales estelares en proceso de licuefacción. El trabajo de la artista tiene su origen en los rasgos utilitarios, desechables e industriales del poliestireno como material base para el modelado, que luego enfila hacia cualidades específicas ligadas a una vida útil previa. La artista pasa del material en bruto en forma de planchas al objeto encontrado: la búsqueda y recolección de aquellos cuerpos ligeros y perfectamente recortados que revisten productos electrónicos y mobiliarios para proteger su transporte. El diseño de estos volúmenes de contención y descarte es la estructura sobre la cual trabaja. Su configuración aislante impone una adaptación a sus formas singulares y la aventura de llevarlas a una nueva condición sensible.

La técnica de fundición utilizada para generar estas figuras en aluminio es el molde perdido, que implica un proceso de enterrar, rellenar y luego excavar piezas que pasan a un nuevo estado material. En este punto afloran otras texturas e indicios que unifican las inscripciones y superficies originales del plumavit con el modelado hecho por la artista a través del uso de calor. Las piezas son finalmente pulidas de forma manual y presentadas como tesoros provenientes de un plano desconocido, ficción que es alimentada por la animación en video de Valentina Maldonado. Esta última es una videoinstalación compuesta por un trípode metálico que sostiene una pantalla vertical. El guión es elaborado a partir de procesos analógicos a los de Macarena Cuevas: piezas 3D encontradas y deformadas digitalmente por la artista e inscritas en escenarios espaciales y oníricos. Estas imágenes son acompañadas por fragmentos literarios extraídos del cuento El Centinela del autor de ciencia ficción inglés Arthur C. Clarke, quien escribe (entre otras frases citadas sin sujeción a un contexto): «Debieron hallarse en una soledad que no podemos imaginar, la soledad de los dioses que miran a través del infinito y que no encuentran a nadie con quien compartir sus pensamientos».

Los ingrávidos moldes industriales que devienen materia escultórica, son en su origen negativos extraños, cuerpos intermedios de vida utilitaria superflua, contenedores silenciosos y devaluados de un frenético movimiento comercial planetario, base material troncal que soporta la distribución masiva de toda clase de productos artificiales. Tomados y recolectados al azar, su presencia nunca ofrece soluciones funcionales debido a la especificidad de su uso, esto los ubica por defecto en una dimensión estética, que a la vez es alterada por la artista para alcanzar una apariencia de tránsito fragmentario. A esto se suma el diseño afilado de los soportes, que permiten encajar y suspender las esculturas, y que remiten a sistemas de blindaje o de tortura. Las esculturas de Macarena Cuevas refrendan el absurdo de nuestras nociones del tiempo en universos donde se estrellan las galaxias y donde nuestras condiciones de vida parecen abismalmente limitadas. Aunque otra lectura más subjetiva puede hablarnos de cicatrices inmateriales en forma de oscuros espacios psicológicos condensados que habitan una biografía, y que la necesidad profunda por exteriorizarlos les da solidez y presencia inerte, como grietas de metal que en nuestro plano se encuentran desconsoladamente vacías pero que en otro lugar invisible representan tejidos nebulosos de lo inconfesable.

Diego Maureira