Estado de avances

Transitoriedades licuadas y construcciones en vías de consolidación marcan fuertemente a las obras dispuestas en Oficina 82: son los diversos esquemas, el gran jenga y sus recorridos de dominó, así el molde de cubo para armar, que de pasada resalta el valor de bloque que tiene el pixel. Vemos desplegarse una seguidilla de circuitos y conductos para el espacio, simbologías arquitectónicas y señalizaciones de recorridos del transporte público, composiciones con piezas presentadas en abierta calidad de componente, que enfatizan así el valor de la cohesión: diversas maneras de entender una misma voluntad de conjunción, de articulación. Es el testimonio de una voluntad constructivista de fuerte primitivismo industrial, conllevada sin embargo con un cierto primitivismo de los sentidos. Toda mecanicidad se ve aquí desbordada, ya sea por corrosión o agriedad, encarnación de los materiales o extroversión de fluídos sebosos, cuestión que halla su paradigma cúlmine en los simios grasientos.

Varias de estas obras actúan a partir de la ideación de estrategias para la conquista del espacio, ya sea colándose y asimilando el entorno, o extendiéndose y tomándoselo. A esta manera de incorporarse debemos su viva movilidad y aparente condición de organismo. El conjunto de obras parece disponerse como signos-órganos de un cuerpo social que, si bien se propone racionalizado, no deja de desbordarse hacia un destartalamiento inminente, terreno de lo diluído y hasta animalesco. Así, en la representación de cielos y nubes, se nos aparece la añoranza de un espacio soñado en donde la conformación y disolución ocurre sin el peso desmoralizante que tan profundamente nos afecta al presenciar el derribamiento de los grandes proyectos a los que nos abrazamos.

Podemos situar al conjunto de obras, por un lado, en un contexto de tendencia digitalizante y racionalizadora de la experiencia, que engendra a su contraparte en la ansiedad de sustancia cruda y una búsqueda de la exaltación de los sentidos. Por otro lado, dada una aparente reactivación de la historia y sus virajes, se nos aparece ya sea la huella de la ruina que se quiere superar, o el miedo a adivinarla proyectada, mientras se teje insipientemente la ideación de nuevas formas de cohesión colectiva, aún sometides a la exasperación de un lenguaje pendiente.

Martín López