rasguños, caricias
Durante la mañana, parada en un extremo de la playa, veo un destello que resplandece entre los granos de arena cerca del mar, titilando mientras refleja los rayos del sol. Es la hora en donde nadie transita aún y el sol, situado en lo alto del cielo, ilumina todo de manera uniforme. Mis pies, haciendo caso a los ojos, comienzan a correr tras el destello para no dejarlo escapar. Disperso arena mientras avanzo rápidamente, salpicando granitos por aquí y por allá hasta llegar hacia él. Antes de abordarlo, me detengo por un segundo para mirar atrás y darme cuenta del rastro visible que he dejado en la arena con mi trayecto. ¡Cuánto recorrí solo por un grano de arena! Me río en voz baja pensando en el esfuerzo que acabo de hacer. El destello, una vez frente a mis ojos, se ve mucho más pequeño de lo que imaginé que sería. Apenas pude tomarlo al poner mis dedos en forma de pinza. Es increíble que mis ojos hayan podido percibirlo, pienso, ¿de qué materia preciosa estará conformado? Al mirar hacia abajo noto que estoy parada sobre varios otros destellos brillantes que se extienden a lo ancho de la playa; los que, pareciera, fueron botados por el mar a altas horas de la noche, cuando la marea sube y se encarga de dejar su marca sobre la arena. Mis ojos se deslizan por la sutil estela de estrellas petrificadas que parecen imitar la noche oscura, la que a esa hora de plena luz y calor parece solo un recuerdo lejano. Me agacho para verlas de cerca y tomar un puñado. Lo dejo caer lentamente mientras me abstraigo en la constelación efímera que se conforma mientras los destellos se deslizan por el aire. Me recuerdan a las pelusas que bailan en suspensión cuando miramos a través de una ventana, o a los artificiosos arcoíris que emergen sobre las paredes cuando la luz es capturada por un cristal. Pienso en todas las fuerzas necesarias que llegan a encontrarse en un solo punto para poder hacernos partícipes de esas pequeñas revoluciones del mundo, muchas veces imperceptibles o pasadas por alto.
Como nos declara Bachelard, citando a Paul Valéry, existen ciertas cosas del mundo, como un cristal, una flor o una concha, que nos sorprenden y nos cautivan por el misterio que significan, no tanto por su forma, sino por su formación, ¡cuánta potencialidad ha de desenvolverse precisamente ahí para que una flor o una concha sea de tal o cual manera! Cuánto debemos bajar nosotros también nuestra velocidad para poder hacernos parte de ellas.
A veces miro los caracoles con una envidia que me llega a quemar los ojos. Tan libres de moverse lentamente bajo el sol, dibujando con su secreción maravillosa una perfecta obra de arte y tan hábiles para esconderse con rapidez ante cualquier inclemencia a la que se ven enfrentados. Ya desearía poder ser más caracol, más lenta, silenciosa e imperceptible para avanzar, avanzar y avanzar sin que nadie se diera cuenta; y yo, tranquila en mi prudencia, tomarme el tiempo para entender cómo funcionan los aspectos pausados de lo que me rodea.
Se podría considerar a Josefina Valenzuela una artista tipo caracol por su capacidad para entrar en contacto con las vibraciones del entorno y por las múltiples oportunidades que le otorga a los sustratos para expresarse a su tiempo y a su manera. Si existen quienes buscan doblegar las características de determinados elementos, actuando como verdaderos domadores materiales, existen otros –como Josefina– que se entregan a trabajar con lo que estos les proporcionan, comportándose como colaboradores más que como domesticadores. La diferencia radica en que los primeros pretenden que la materia obedezca, mientras que los segundos buscan que la materia se exprese. Unos buscan el quiebre, otros la flexibilización. La diferencia entre quien levanta pesas y entre quien practica yoga.
En la exposición rasguños, caricias en Galería NAC, la artista nos muestra el resultado de encuentros materiales que ha sostenido por años, lo que le han permitido convertirse en recipiente de los distintos secretos que tanto el aluminio, como el cartón o el metal le han confesado a lo largo de su práctica. “Quien acepta los pequeños asombros, se dispone para imaginar los grandes”, nos dice, una vez más, Bachelard. A partir de intervenciones sutiles con calor y agua, o mediante expresiones más enérgicas como el grabado, las piezas que Valenzuela nos presenta se levantan como revelaciones. Nos permiten ver qué es lo que compone sus cuerpos, o qué es lo que nuestros ojos o nuestras manos logran intuir, pero que nosotros, por nuestra falta de experiencia, dejamos escapar.
[rasguños, caricias de Josefina Valenzuela en Galería NAC]
Post a comment