Sobre fe

Estaba mirando la luna porque soy alguien de paisajes y en algunos contextos es vergonzoso admitirlo: puedo alimentarme de escenas comunes orquestadas por la naturaleza con el mismo arrobo que escucho una canción, y como muchos, soy adicto a la música. Por ejemplo, últimamente por cosas de rutina he visto el amanecer. A mí no me dejan de sorprender esos colores y me quedo encandilado. Viviendo cerca del mar puedo observar el horizonte cada día con la misma devoción. Considero que no es nada espiritual, no es una cosa de Fe, solo una disposición involuntaria, algo que llena y se agota en sí mismo. Al observar la luna y otros cuerpos celestes es cuando más sospecho de mi punto de ubicación y la forma de mis pensamientos. Me hago preguntas que superan el armazón de certezas forzosamente acumuladas para enfrentar la vida. Aparece la esperanza abrumadora de que todo es una mentira, o la sensación frustrante de que soy incapaz de comprender el mundo, de por qué es como es. De número atómico 26, la palabra Fe es también el símbolo químico del Hierro, un metal apto para la guerra y estructural en la red orgánica e inorgánica de la vida moderna. Coincide la palabra con el tipo de convicción ciega que exigen los credos, lo más duro para quien habita la fatalidad del desengaño. La Fe puede pensarse como una fuerza ilimitada y tiene un prestigio infundado porque batalla a muerte con la razón.